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Portada de El Velo de la Promesa |
María Lara Martínez es una de las jóvenes promesas de la novela histórica española. Consiguió el premio
Ciudad de Valeria en 2011 gracias a su novela
El velo de la promesa. Es Licenciada en Historia por la
Universidad de Alcalá y tiene el Primer Premio Nacional de Fin de Carrera en la Licenciatura de Historia (concedido por el
Ministerio de Educación y Ciencia). Ha realizado estancias de investigación en
Harvard University como
Associate y Fellow del
Real Colegio Complutense en Harvard, trabajando en la
Widener Library y en el
Peabody Museum of Archaelogy and Ethnology, así como en
París donde ha sido
chercheur enseignante (investigadora profesora) en
l’École des Hautes Études en Sciences Sociales (perteneciente al
Centre de Recherches Historiques del Centre National de la Recherche Scientifique,
CNRS).
Mediterráneo Antiguo ha tenido la oportunidad de hablar con ella.
Pregunta - Tu novela se basa en la vida de
Flavia Julia Helena, la madre del emperador
Constantino el Grande y patrona de los arqueólogos debido a su obsesión por la búsqueda de los lugares sagrados. Háblanos un poco más sobre esta mujer.
Respuesta -
Helena nació en las estribaciones de
Europa, concretamente en la aldea de
Drepanum, esto es, en las tierras de la llamada
Asia Menor, hacia el año 250 d.C. En
Bitinia, su región natal, se enamoró del soldado
Constancio Cloro y, a su lado inició, una azarosa singladura que la llevó de campamento en campamento siempre con el pie en el estribo. Después su hijo comenzó la carrera militar y
Constancio decidió repudiarla para contraer matrimonio con
Teodora, hijastra del emperador
Maximiano. De este modo,
Cloro entró en el sistema de la tetrarquía. Finalmente,
Constantino vencería a
Majencio, su cuñado, en la batalla de
Puente Milvio (312) y, al año siguiente, pondría fin a la persecución de los cristianos. De hecho, en 2013 conmemoramos el 1700 aniversario del
Edicto de Milán que permitió la libertad de culto en el Imperio. Con 76 años,
Helena se puso en camino hacia
Jerusalén movida por un sueño que acabaría trocando el devenir de las centurias siguientes, en tanto en cuanto ordenó la excavación en el
Gólgota con el propósito de desenterrar la Cruz de
Cristo, hito en torno al cual, andando los años, se forjarían las Cruzadas. Murió con 80 años, fue muy longeva si tenemos en cuenta la corta esperanza de vida de la época, y en primera persona adelantó la conversión de la
Urbe que nació pagana con la leyenda de los gemelos.
Pregunta - Tú que has profundizado en el estudio del siglo IV para documentar la novela ¿qué nos puedes decir del papel de la mujer en esta época convulsa?
Respuesta - En la Antigua Roma, la mujer libre estaba sometida al padre o al marido. Gozaba de mayor libertad que la muchacha ateniense, una eterna menor de edad, pero siempre jugaba en desventaja con los varones. Según una ley, atribuida a
Rómulo y confirmada en el 450 a.C. por las
Doce Tablas, el ciudadano romano no tenía obligación de criar más que a una hija, la primogénita. No obstante, hemos de reconocer que, a partir del último siglo de la
República, la balanza empezó a equilibrarse con cotas de integración desconocidas hasta el siglo XX. Aunque la sociedad seguía siendo netamente patriarcal, en el Imperio se le concedió a la dama mayor capacidad de decisión. Recién casada, la domina se ocupaba de la casa: la plebeya, de lavar la ropa y de hacer la comida y la patricia, de supervisar las tareas cotidianas de los esclavos. Cuando nacían los hijos, la madre se encargaba de las primeras etapas de su formación, así lo hizo
Aurelia con el joven
César, enseñándole la profunda responsabilidad que entrañaba el ser romano.
Séneca se quejaba de que muchas mujeres contaban los años por sus divorcios en vez de hacerlo por los consulados. Mas, a pesar de los avances, la misoginia estaba presente en el siglo IV. Sobre la imagen que se poseía de la hembra nos ilustra el impuesto de capitación de
Diocleciano, para quien dos mujeres equivalían a un hombre.
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María Lara Martínez |
Pregunta - ¿Qué diferencias hay, en tu opinión, entre el papel de la mujer en los orígenes del cristianismo y el papel que luego jugó durante la Edad Media?
Respuesta - El cristianismo primitivo restituye a la mujer su dignidad. Lamentablemente, no sólo el judaísmo, sino todas las cosmogonías, lanzaban acusaciones sobre la hembra, responsable del pecado original (
Eva) o de la introducción de problemas en el ámbito masculino (
Pandora). Sin embargo, recordemos que una mujer,
María de Nazaret, fue la elegida por Dios para la encarnación del Verbo y que
Jesús de Nazaret tuvo discípulas. Ahí están
Marta y
María, las hermanas de
Lázaro, y cómo no, la
Magdalenaque lo contempla resucitado, eso por no hablar de la adúltera, de la hemorroísa y de los demás seres femeninos que se acercan al
Rabí con la sed de sanarse, de limpiar sus culpas o de ganarse el
Paraíso. En los
Hechos de los Apóstoles leemos que
Felipe tenía cuatro hijas vírgenes que profetizaban y
San Pablo saluda en sus epístolas a numerosas colaboradoras: Prisca, Lidia, Junia, María, Trifena, Trifosa, Pérside... Sin embargo, más que esta fraternidad, ha prevalecido la aseveración del de
Tarso de que el hombre era la cabeza de la mujer, principio machista pero en consonancia con la mentalidad de la Antigüedad y con los estereotipos imperantes hasta hace unas décadas. En la Edad Media se da una vuelta de tuerca a la cuestión de género.
Constantino, el hijo de
Helena, había impulsado la tolerancia, que nadie fuera perseguido por motivo de creencias, pero en el año 380 todo cambia. La Edad Media se sustenta sobre la guerra y el fanatismo y a la mujer se le dan dos opciones: el matrimonio o el monasterio. Era muy difícil afrontar la soltería o la viudedad, por las dificultades económicas para afrontar el porvenir y los prejuicios.
Pregunta - ¿Cómo se da vida en la ficción a un personaje histórico como
Helena?
Respuesta - Mi acercamiento a
Helena se produjo varios años antes de que sobrevolara mi mente la idea de escribir la novela. Durante cuatro años estuve investigando en las fuentes de la Antigüedad Tardía sobre esta mujer que nació tabernera y falleció siendo emperatriz. Después, el personaje me sedujo tanto que me lancé a escribir mi primera novela tomándola como protagonista. Se tiende a pensar en los personajes históricos como seres incapaces de conmoverse, los años les dan la apariencia de individuos recios que no lloran cuando les hincan la espada, pero eso es una distorsión. Desde el
homo sapiens hasta el presente, aunque los tiempos van mudando los afanes, los estímulos de la risa y del llanto suelen correr parejos. En lo relativo al proceso literario de
El velo de la promesa, una vez documentada la protagonista, me sumergí en el mundo de las emociones que ella experimentó, evocando su adolescencia y su madurez y, como si de un puzzle se tratara, cada línea argumental nueva me fue obligando a proseguir la indagación en las fuentes y a dejar volar la imaginación para combinar el rigor con la creatividad mediante tramas cruzadas por el misterio.
Pregunta - ¿Qué nos dirías de
Constantino, su hijo?
Respuesta -
Constantino es un sujeto poliédrico, capaz de lo mejor pero también de lo peor. Se comporta como un buen hijo, mas no fue un buen padre, los celos infundados con los que
Fausta quiso eliminar de la línea sucesoria a
Crispo- el hijo de
Constantino y su concubina
Minervina-, se saldaron con la ejecución del heredero sin que
Helena pudiera detener el martirio de su nieto. Fue un embate para la anciana abuela que, al poco, inició el periplo a
Tierra Santa.
Pregunta -
Constantino instituyó el cristianismo como religión oficial del Imperio, esto supuso una especie de carpetazo al mundo pagano ¿cómo crees que afectó este cambio a la sociedad romana y cómo se refleja en tu novela?
Respuesta - Dicen que en el año 312
Constantino vislumbró en el cielo el esplendente símbolo del crismón con el lema “
in hoc signo vinces” (“con este signo vencerás). Esta máxima lo animó a entrar con brío en la batalla que le acabaría abriendo las puertas de la
Urbe. Pero
Constantino, lejos de atribuir al cristianismo un lugar prominente, parece que quiso conseguir la benevolencia de la divinidad en todas sus formas y por ello, a pesar de favorecer a la Iglesia, continuó dando culto al
Sol Invicto. En cualquier caso, el paganismo dejó de ser el credo oficial del Imperio y el cristianismo recibió reconocimiento jurídico, lo que impulsó su florecimiento, si bien la conversión en religión única no sería promovida por
Constantino sino, décadas después, por
Teodosio. En tiempo de
Helena existían en el
orbe cerca de 1.500 sedes episcopales y se estima que entre 5 y 7 millones de habitantes, de los 50 que componían su población, profesaban el cristianismo. Por primera vez quedan abrigados bajo el mismo manto, el de la tolerancia, el incrédulo, el ateo y el creyente. El texto nos ha llegado por una carta escrita en el 313 a los gobernadores provinciales, que recogen
Eusebio de Cesarea- el biógrafo de
Constantino- en su
Historia eclesiástica, y
Lactancio- el tutor de su desdichado hijo
Crispo- en
Sobre la muerte de los perseguidores. El
Edicto de Milán estableció la libertad religiosa para todos los ciudadanos del
orbe y, en consecuencia, reconoció explícitamente a los cristianos el derecho a gozar de tal status. El título de mi novela es una metáfora gestada con el cometido de interpelar al lector sobre el viraje de las conciencias en el tránsito del paganismo al cristianismo libre, no forzoso. A lo largo de las páginas se va mostrando el clima de eclecticismo que se respiraba en el entorno imperial del primer tercio del siglo IV, con una voluntad de diálogo que unía en la misma familia al escéptico, al seguidor de los lares y al converso.
Pregunta - El Bajo Imperio fue una época inestable, de encarnizados enfrentamientos por el poder, intrigas y traiciones, un caldo perfecto para una novela atractiva. ¿Cómo te documentaste?
Respuesta -
Helena representa en suma el heroísmo. Mantiene intacta la bondad natural sin sucumbir ante el orgullo precipitado que entraña el paso de la cabaña al palacio. Por otra parte siempre mantuvo distancia con las habituales conspiraciones de la corte romana, aunque no lograría salvar de la suerte a su nieto
Crispo. Para documentarme, consulté los autores de la Antigüedad Tardía, a aquéllos que fueron sus coetáneos (
Eusebio de Cesarea), o a las crónicas de las generaciones inmediatamente posteriores (
Teodoreto de Ciro o
Sozomeno). También recurrí a la epigrafía y a la numismática. Siempre me encantó el latín y descifrando el enigma de
Helena he vivido horas apasionantes.
Pregunta - Tu novela recibió el Premio
Ciudad de Valeria, ciudad que sale reflejada en la novela de la mano de la sabia
Priscila ¿qué te llevó a incorporar esta ciudad al relato?
Respuesta - Como historiadora, conocía la relevancia que tuvo la ciudad de
Valeria, donde podemos admirar uno de los foros más completos de la Meseta. Mis orígenes familiares también se sitúan en las tierras de
Cuenca, de manera que tal vez la fuerza del subconsciente me fue llevando hasta
Valeria. Cuando me dispuse a presentar la novela para el Premio, uno de los requisitos era que apareciera en la obra la referencia a la ciudad. Creé el personaje de
Priscila, la valeriense que se convirtió en la leal amiga de
Helena, y a través de esta mujer, en una etapa en la que la traición y la muerte estaban a la orden del día, entoné un canto a la amistad desinteresada y sincera.
Priscila es la emigrante que, afincada en
Naissus, en la actual
Serbia, encuentra en
Helena a la hija que nunca tuvo. Gracias a ella,
Helena sale del cuadro de depresión profunda en la que había quedado sumida por el adiós del amado y recobra la confianza en el género humano. Se da la circunstancia de que
Constancio pertenecía a la
gens Valeria así que, tanto por el topónimo como por la tutela patronímica,
Priscila y
Helena se sienten emparentadas por las ninfas. Estos entes fantásticos discurrieron por la majestuosa fuente- única por su enorme tamaño en el Occidente romano- que, con el nombre de
Ninfeo, lució en la ciudad hispana.
Pregunta - ¿Para cuándo tu próximo proyecto literario y sobre qué?
Respuesta - En los últimos 6 años, a la vez que escribía
El velo de la promesa, he estado investigando causas inquisitoriales sobre brujería, así como he seguido las manifestaciones hechiceriles en manuales de confesores y en la literatura de los siglos XVI-XVII. En 2013 se ha publicado
Brujas, magos e incrédulos en la España del Siglo de Oro (
Alderabán), libro que en estos meses he presentado en
BBC Mundo,
La 2 de
TVE,
Radio Exterior, el
Ateneo de Sevilla, etc. En el verano se ha emitido la 2ª edición. En la actualidad, me encuentro escribiendo una obra sobre la reminiscencia de los templarios en España y, en unos meses, estará en las librerías mi siguiente novela,
Memorias de Helena, la segunda parte de
El velo de la promesa.
Helena retornará con su saga al encuentro de los lectores. Describirá las hermosas aventuras que vivió con su abuelo y con su hermana
Caerelia en la segunda mitad del siglo III, desvelará arcanos y amalgamará la filosofía de los antiguos con la magia de Oriente en aras de ofrecer al ciudadano del siglo XXI píldoras para alcanzar la felicidad.
AutorMario Agudo Villanueva